Buques a vapor
15 de marzo de 2011
4 de marzo de 2011
15 de febrero de 2011
Una tarde de Febrero en Ipanema
Es febrero en Ipanema y apenas queda una hora para anochecer. Para Brasil es verano y en tan sólo unas semanas comenzará el carnaval; se nota en las calles, en la gente.
Dada la hora, la playa está prácticamente vacía, solitaria. Desde su toalla cerca de la orilla, la chica americana se dispone a entrar en el mar, a bañarse; sin duda le gusta esa sensación de soledad y de no tener nadie alrededor en decenas, o tal vez, cientos de metros. Nadie que la vigile, nadie que esté atento a ella o que simplemente le diga si le parece bien o mal, que se adentre en el agua a esas horas, en ese momento.
Rápidamente el mar le cubre hasta los hombros, y el pelo que tanto le ha crecido en los últimos meses, se encuentra ya totalmente empapado tras su espalda; parece una cantante folk, de esas tan guapas, que podrían llegar a paralizarte con una sonrisa. Ella, sin embargo, hoy no sonríe, y tras unos segundos pensativa, decide sumergirse bajo el agua. La encanta esa sensación de desaparecer en otra dimensión, de sentirse ligera, la complicidad de ese silencio tan lejano a la vida real, su ruido y sus problemas.
Los segundos pasan y de sentirse tan cómoda en esa liviana profundidad, la chica americana ha decidido no volver. Prefiere aguantar y quedarse en el fondo. La carga que lleva en su cabeza después de tanto tiempo, de tanto dolor, le hace desear no regresar. Piensa que ya no queda nada fuera, por lo que valga la pena abandonar ese solitario bienestar y subir al mundo.
Tras medio minuto tan ausente en sus pensamientos, que no ha sido capaz de asumir la gravedad de sus actos, una gran ola le golpea hasta llevarla de regreso a la superficie. De pie sobre la arena, y aún aturdida por el golpe y la falta de aire, observa antes sus ojos que el sol se empieza a poner tras el Pan de Azúcar, en portugués, Pão de Açúcar. El atardecer es precioso, y sin buscarlo, la chica americana se encuentra de repente ante esa foto de Ipanema que tantas y tantas veces contempló. El atardecer de Ipanema, el eterno verano. En un momento, y tras simplemente una vista, ha vuelto a sonreír. A lo lejos, desde un bar de la playa, empieza a percibir también una melodía que le es familiar; Joao, Tom y Getz interpretan “Desafinado”, su sonrisa se hace más grande.
Finalmente sale del agua y corre hacia su toalla. El aire le llena los pulmones, se sacude el pelo, la brisa le da en la cara. Se recrimina por lo que ha estado a punto de hacer, y de golpe, piensa en todos los sueños que le quedan por hacer, por cumplir, los viajes que no ha hecho, los mundos aún por conocer, los abrazos y los besos que aún debe dar, recibir. Un sinfín de sensaciones y una larga vida por delante. Como Stuart mientras baila, vuelve a sonreír, y coge su ukelele. Intenta recordar como tocaba “fly me to the moon”, su canción favorita. El sol se pone en Ipanema.
4 de febrero de 2011
5 de enero de 2011
3 de enero de 2011
26 de septiembre de 2010
Chega de Saudade.
Saudade del latín solitas, soledad, es un vocablo empleado en portugués y también en la lengua gallega, que describe un profundo sentimiento de melancolía, producto del recuerdo de una alegría ausente, y que se emplea para expresar una mezcla de sentimientos de amor, de pérdida, de distancia, de soledad, de vacío y de necesidad. Saudade es la sensación que permanece cuando aquello que una vez se tuvo, material o inmaterial, que en su momento permitía disfrutar alegría y euforia se ha perdido y se extraña y el hecho de recordarlo, tenerlo de nuevo o pensarlo, produce una sensación de volver a la vida.
El término, de extensa y ambigua definición, ha sido considerado uno de los más difíciles de traducir, y es uno de los conceptos clave de la lengua y de la cultura en Portugal y Brasil. Saudade es la emoción predominante trás el fado, la samba y la bossa nova brasileña.
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